Un estandarte rojo se abre paso por los caminos nevados. El largo séquito de hombres a pie y a caballo, mal armados y peor vestidos, recorre la tierra fría, ocupa haciendas, desoye la autoridad y la ley patronal. Es la hora de los pobres: en el campo, los desarrapados no sienten el viento helado, y en sus casas con calefacción tiemblan los dueños de todo.
"No son pocos los que piensan que ha llegado el momento de irse de allí, porque Santa Cruz se parece ya a la Rusia de 1917", apunta el historiador Osvaldo Bayer en su clásico libro ‘La Patagonia Rebelde', que recoge los trágicos hechos ocurridos en 1921 en la más austral de las regiones argentinas.
En aquel año, las noticias de la Rusia revolucionaria llegadas a Argentina se mezclaban con la conflictiva realidad local. "En Buenos Aires, en las provincias, en todos los lugares, salió el pueblo a la calle, sintió como que le había llegado el momento" señaló Bayer a Sputnik, en referencia al impacto de la Revolución Rusa. Por aquel tiempo estallaron huelgas agrícolas en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Chaco y Entre Ríos, que se sumaron a conflictos fabriles y portuarios.
Antonio Soto, líder de la Patagonia Rebelde
Ese entusiasmo popular, era acompañado por el creciente temor de la oligarquía local: "Las noticias de las matanzas de nobles, de propietarios, de terratenientes en Rusia a manos de los revolucionarios han quitado el sueño a los dueños y a los señores. No es hora de vacilaciones ni de espíritu cristiano. Cada clase a defender lo suyo", señala Bayer en su investigación.
La Rusia del sur
El 'granero del mundo', llamaron a Argentina a comienzos del siglo XX: el crecimiento económico alcanzaba tasas anuales del 8%. Pero la prosperidad no incluía a quienes la producían. "Siempre se decía que en el campo, Rusia era muy parecida a la Argentina en materia de división de la tierra", recordó Bayer. Así, en la remota región patagónica de Santa Cruz, la lucha por la tierra de los campesinos de Rusia tenía un eco especial.
"Para el año 1920, más de 20 millones de hectáreas se encontraban divididas en 619 establecimientos", en su mayoría en manos de extranjeros. Eso sin tener en cuenta el extendido uso de testaferros que agravaba la concentración en la propiedad de la tierra, indica el historiador en 'La Patagonia Rebelde', citando a su colega Horacio Lafuente.
Es ilustrador el testimonio recogido por Bayer del coronel Viñas Ibarra, un militar de aquellos años que se destacó en la represión contra los trabajadores: "unos pocos estancieros eran dueños de toda la Patagonia, pagaban con vales o en moneda chilena". Sumada a la virtual ausencia del Estado en la zona, la situación mantenía en la miseria a los peones rurales y a los obreros de los pueblos costeros.
Los rebeldes del 'far south' argentino
Los protagonistas de la rebelión patagónica fueron gauchos e inmigrantes pobres, en su mayoría chilenos y europeos que sobrevivían en el ‘far south' argentino, trabajando en condiciones de semiesclavitud para los monopolios que controlaban la zona.
"Los obreros de origen europeo traían ya una cierta influencia de ideas políticas y sindicalistas, lo que les permitió aquí poner en práctica esas ideas. Vino mucha gente que tenía experiencia", recordó Bayer a Sputnik. En la Patagonia, cada 1° de mayo 'La Internacional' era entonada en decenas de idiomas, desde el español al ruso, pasando por el yiddish de los judíos pobres y los distintos dialectos italianos.
Los criollos también pondrían su parte. José Font, alias 'Facón Grande' , quien sería líder de los huelguistas de 1921 en el norte de Santa Cruz, "vestía como un paisano, bombachas y alpargatas, ancha faja negra a la cintura con facón cruzado".
Hombre de a caballo originario de Entre Ríos, Facón Grande había sufrido la tortura policial apenas llegado a la Patagonia, a pesar de no estar involucrado en política. Por aquel entonces, los agentes rurales estaqueaban al suelo a los peones díscolos para luego azotarlos, de la misma manera que en la Rusia zarista los patronos castigaban con el látigo ‘knut' a los campesinos.
Así, la primera huelga obrera en la región, ocurrida en la ciudad de Río Gallegos en 1917, fue lo que se denominó una huelga solidaria: los trabajadores adultos paraban "para que se aboliera el castigo corporal a que se sometía a los peoncitos menores de edad por parte de los capataces".
Pocos años más tarde, mientras desde el otro extremo del mundo soplaban vientos de cambio y revolución social, los peones de las grandes haciendas, detuvieron su trabajo y ocuparon los establecimientos en reclamo de mejores condiciones de trabajo, salarios dignos y reconocimiento de la organización obrera.
Lo hicieron con la ayuda de los sindicatos de Río Gallegos, donde "todos tenían una base ideológica anarquista y no dejaban de poner como ejemplo la revolución rusa", apunta el autor en su libro.
La sangre derramada del pueblo
"Lo que tendremos que relatar será algo muy triste. Una historia bastarda de la crueldad inútil. Ante tanta belleza de la naturaleza resaltará más el egoísmo del hombre, la estrechez mental. Aquí, frente a ese lago de increíbles colores, murieron muchos una muerte pequeña, absurda. Por ser chilotes, por ser huelguistas pobres y rotosos, por haber querido vivir un día de libertad, por haberse robado unas ropitas, por haber prendido fuego a algún galpón como en un rito de su pasado indígena. O por ser rusos, o por ser anarquistas y creer en utopías nunca realizables. Muerte. Muerte en un lago llamado Argentino, para que nadie tenga dudas". Así comienza en 'La Patagonia Rebelde' el episodio final de los levantamientos obreros del sur.
Desde un comienzo, los huelguistas debieron enfrentarse a las bandas armadas pro patronales de la Liga Patriótica, conocidas como 'guardias blancas'. Pero la tragedia llegaría con la incursión del Ejército.
Para el invierno de 1921, cuando llegan las tropas de Buenos Aires, el Ejército "sabía bien que los huelguistas no querían combatir". En asamblea, los peones rurales deciden deponer las escasas armas y parlamentar con los soldados. Pocos imaginaron el desenlace: los negociadores y los líderes sindicales serían fusilados en el acto. "Fue más bien una operación punitiva o de limpieza", subraya Bayer.
Entierro del obrero Gracián
Los miles de obreros de las estancias ocupadas serían encerrados en los corrales de los animales, desnudos y atados con alambres a los postes de madera. Luego, de a pequeños grupos, se los sacaría a punta de máuser transportando una pala y, en ocasiones, una lata de combustible. Cavada su propia tumba serían fusilados sin más preámbulos. Cuando la tierra era demasiado dura o los soldados demasiado impacientes, los restos eran quemados con gasolina.
Se calcula en más de 1.500 los trabajadores asesinados por el Estado en esa masacre. Durante meses, las partidas del ejército y la policía perseguirían, torturarían y asesinarían a cualquiera con cara de sospechoso.
En la actualidad, la Patagonia continúa con un alto nivel de concentración y extranjerización de la propiedad de la tierra. Para 2011, el grupo transnacional Benetton controlaba casi 1 millón de hectáreas en la zona, entre otras grandes empresas.
Pero para Bayer, la lucha de los peones patagónicos no fue en vano. "Fue realmente la primera vez que en un consorcio tan grande, tan enorme, hicieron un paro de esas características. Con obreros que tenían poco ejercicio de la huelga rural, sin embargo lo hicieron y a pesar de todo, fue un gran ejemplo", concluyó el historiador.