lunes, 28 de julio de 2014

“Cien años después” La Academia de Bellas Artes bajo la lente de Valery Katsuba

Karl Bulla (1853-1929), padre del fotoperiodismo ruso, encuadró con su cámara un sinfín de escenas de la entonces capital del Imperio. Considerado el gran cronista de la ciudad, es autor de algunos de los retratos más célebres de su época. Dejó al Archivo Estatal de Leningrado un legado de más de 130.000 negativos, memoria visual del cambio de siglo en Rusia. Una de estas imágenes captó la atención de Valery Katsuba cuando llevaba a cabo una investigación en el Archivo Estatal de fotografía y cine documental de San Petersburgo. Se trataba de la instantánea de una clase de dibujo al natural, tomada en la Academia de Bellas Artes. Inspirándose en esa fotografía, Katsuba realizó, en la misma localización, la serie “Cien años después”, en la que ha plasmado el recogimiento de los estudiantes de arte, absortos en su trabajo.

Fuente: RBTH - Katsuba.net


El joven prusiano Carl Oswald Bulla recaló en San Petersburgo en 1865. Su aventura rusa empezó con un empleo como “chico para todo” en un negocio de suministros fotográficos. Desde entonces nunca se separó del mundo de la fotografía. Ideó un sistema de placas sensibles que comercializó por toda Europa, abrió su primer estudio en el nº61 de la calle Sadóvaia e inmortalizó a las grandes figuras de la sociedad, la política y la intelectualidad rusas. Tal era su prestigio que, en 1886, consiguió el permiso de las autoridades para fotografiar en cualquier punto de la ciudad, todo un privilegio y una ventaja, pues la censura había constituido una seria cortapisa para el desarrollo de este oficio en Rusia.


                                                                      

Su interés, omnívoro, no conocía límites en cuanto a género y técnica. Exteriores e interiores, fotografía nocturna y diurna, luz natural y artificial, paisaje y reportaje, retratos por encargo y fotoperiodismo. A él le debemos retratos de Lev Tolstói en Yásnaia Poliana, de Vladímir Nabokov con siete años, sentado con un libro de mariposas sobre las rodillas, de Grigori Rasputin flanqueado por el mayor Putianin y el coronel Lotman, de Leonid Andréiev con su mujer o de Chaliapin tocando el piano. Pero también documentó tanto la vida cotidiana de la urbe como los grandes acontecimientos históricos. El auge de las publicaciones periódicas que incluían material gráfico y el mercado creciente de las tarjetas postales sirvieron de estímulo para que fotógrafos como Karl Bulla exploraran todas las posibilidades del medio.
La importancia de Bulla en el desarrollo de la fotografía rusa, relegada en la época soviética (a sus dos hijos, también fotógrafos, se les represalió en la década de 1930), fue finalmente puesta en valor tras la gran retrospectiva que se le dedicó con motivo del tricentenario de San Petersburgo, el escenario principal de sus fotografías, y el 150º aniversario de su nacimiento. Hoy, en la calle Malaia Sadóvaia, cerca del lugar donde estaba situado su antiguo estudio, se erige una escultura de bronce que representa a Bulla acompañado de su cámara de gran formato.
El fotógrafo que más ha dialogado artísticamente con Karl Bulla ha sido Valery Katsuba, quien inició su carrera como fotógrafo influido por sus investigaciones en el Archivo Estatal de fotografía y cine documental (CEAFCD), en donde se restaura y estudia uno de los fondos de fotografía antigua más importantes del mundo. Allí, por ejemplo, Katsuba descubrió el material visual que realizó Karl Bulla sobre las sociedades deportivas petersburguesas, cuyo primer club de fitness se inauguró en 1885. Los estudios de Karl Bulla -llegó a contar con tres en la ciudad, uno en plena Perspectiva Nevski- eran los preferidos de ciclistas, gimnastas y culturistas para retratarse. En esas imágenes los modelos miran a cámara, confiados y orgullosos de su aspecto físico, ignorantes de la profunda transformación que se avecinaba e iba a poner punto final a toda una época. Luego, durante el realismo socialista, el régimen promovió muchos aspectos propios de aquella estética que conformaron una parte importante del imaginario soviético, compuesto de grandes desfiles, espartaquiadas y héroes deportivos nacionales. Katsuba reflexionó sobre la evolución del canon de belleza, del ideal del cuerpo humano y la cultura deportiva -tomando a Karl Bulla como referente- en la serie fotográfica Phiscultura.
Ahora, en la serie “Cien años después”, el artista afincado en San Petersburgo vuelve a unir dos épocas con la Academia de Bellas Artes como nexo, centro educativo con más de dos siglos y medio de historia cuyo imponente edificio se encuentra a orillas del Nevá, custodiado por dos esfinges egipcias. Semyon Mikhailovsky, director de esta institución, recuerda que ya en el siglo XIX el centro contaba con un equipo y laboratorio fotográfico propio para documentar las obras de los artistas plásticos y las ceremonias que tenían lugar en la academia, y que por sus aulas pasaron algunos reputados pioneros de la fotografía rusa, como Andréi Karelin. Luego, dada la majestuosidad y la luz del edificio construido durante el reinado de Catalina la Grande, fotógrafos contemporáneos, tanto rusos como extranjeros, han escogido las instalaciones de la academia como localización para elaborar reportajes de moda y retratos editoriales. Es el caso también de Valery Katsuba, que fotografió para la edición inglesa de Harper’s Bazaar a la primera bailarina del teatro Mariinski, Oksana Skorik, en el museo de la Academia.
Junto a “Cien años después”, en la que ha incluido trabajos precedentes en los que la Academia de Bellas Artes ha servido como escenario, se exhibe el proyecto fotográfico “La mañana”, compuesto por retratos de personas en distintas ciudades del mundo durante el tránsito entre el sueño y la vigilia. Una exploración de las pequeñas rutinas íntimas que se siguen durante los primeros compases del día.Katsuba ha realizado una puesta en escena teatral de las clases de pintura y dibujo al natural con los profesores y estudiantes como protagonistas, ejercitándose en los mismos espacios que aparecen en las fotografías de Karl Bulla. Si en su precedente trabajo, Phiscultura, se centraba en los modelos, en esta ocasión su atención se dirige al silencio y concentración que reflejan los rostros de los jóvenes artistas, enmarcados en el clasicismo de la arquitectura, las esculturas y los bocetos.

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