sábado, 26 de julio de 2014

La ciudad atómica, en la mirada de una argentina

Casi 13.500 kilómetros separan a Moscú de Buenos Aires, y aunque esa distancia siempre me pareció enorme, las diecinueve horas de vuelo con escala en Londres se pasaron rápido. Mi visita a Rusia formó parte de un tour nuclear que organizó el consorcio estatal Rosatom al que asistí con otros tres colegas, los ganadores del concurso de monografías desarrollado el año pasado junto con la Facultad de Ingeniería de la UBA, y sus respectivos directores.

Fuente: Daniela Bentivoglio, para RBTH


Durante el viaje tuvimos la oportunidad de conocer la central Kalinin, una de la más importantes del país euroasiático. Así, haciéndole honor a la temática que convocó la presentación de los trabajos, fuimos sumergiéndonos en el mundo de las aplicaciones pacíficas de la tecnología nuclear, acercándonos a las propuestas que la precalificada Rosatom tiene para la cuarta planta argentina.
Kalinin está ubicada en la ciudad de Udomlya, en Tver, a unos doscientos kilómetros de Moscú. En las inmediaciones de la central llama la atención la prolijidad de las viviendas que se asoman entre algunos edificios bajos. Estos, bastante más pequeños que los del centro moscovita, le otorgan a la ciudad una estética moderna y tradicional al mismo tiempo. Udomlya, “la localidad nuclear”, como la definen algunos, también se destaca por su belleza.
Gigante nuclear
La primera parada fue en el Centro de Conocimientos. Allí nos brindaron información general sobre la central y pudimos observar una maqueta a escala de los cuatro reactores, una réplica de los elementos combustibles y dos creativos stands donde, con gran simplicidad, se explica el funcionamiento de las instalaciones nucleoeléctricas. 
Tras esa primera aproximación al mundo atómico ruso, y ya con nuestros respectivos cascos colocados, ingresamos a Kalinin. Recorrer esa planta fue impactante, con sus cuatro reactores VVER de 1000 megavatios cada uno en un mismo predio, un enorme tendido de cables y un sinfín de profesionales, que con su dedicación le ponen energía a la energía. Todo un gigante nuclear que en mayo pasado cumplió tres décadas en funcionamiento. 
Quienes guiaron nuestro recorrido destacaron que Kalinin tiene la unidad de distribución de energía más grande de Rusia: produce 4.000 megavatios de potencia que se dirigen al sistema energético de la Rusia central y abastecen a las regiones de Moscú, Tver, Vladimir, San Petersburgo y Vólog­da; y que fue visitada tres veces por el presidente Vladimir Putin. En la entrada a la central pueden observarse varias fotografías del mandatario ruso y otras personalidades que también conocieron las instalaciones, como Sergey Kirienko y Yukiya Amano, directores generales de Rosatom y del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). 





En cuanto a sus inicios, mientras que los reactores 1 y 2 comenzaron a operar en 1984 y 1986, la construcción de los otros dos se interrumpió luego de la disolución de la Unión Soviética, en la misma década en la que se detuvo la construcción de la planta argentina Atucha II, cuyas obras se paralizaron en 1995. Finalmente, la historia de Kalinin repuntó en 2004 con la inauguración de la unidad 3 y en 2011 cuando el cuarto reactor comenzó a funcionar, posicionándose como el más joven de Rusia hasta la fecha.
Siguiendo con las referencias comparativas, en la Argentina la energía nuclear aporta actualmente un 5% de la matriz, y su récord se registró en 1991 cuando trepó al 17%. Esta última cifra es, justamente, la incidencia que hoy tiene la nucleoelectricidad en la generación rusa, aunque en 2006 Rosatom anunció que tiene previsto incrementar este porcentaje a 23% en 2020 y a 25% en 2030.
El paseo por Kalinin terminó en la sala de simuladores, los más modernos de Rusia. Con tecnología de punta y en tamaño real, allí los operadores reciben un exhaustivo entrenamiento de más de 70 horas anuales, en las que aprenden a manejarse ante hipotéticos casos de catástrofes. De todos modos, los reactores de Kalinin podrían soportar terremotos de 6 grados en la escala de Richter, tifones, huracanes y caída de aviones de hasta 400.000 toneladas. Casi 13.500 kilómetros separan a Moscú de Buenos Aires, y aunque esa distancia siempre me pareció enorme, frente a este gigante nuclear las 19 horas de viaje rápidamente quedaron en el olvido.

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